La presidenta Stephanie Urchick está bien posicionada para mantener a Rotary en la cima

domingo, 30 de junio de 2024

Por Diana Schoberg Fotografías de Christine Armbruster

Es una gélida noche de enero en Chicago, la segunda consecutiva con temperaturas por debajo de los 17 grados bajo cero. Las escuelas están cerradas, se han cancelado eventos y los vuelos han quedado suspendidos. En el exterior aúllan ráfagas árticas, pero en el interior del apartamento de Stephanie Urchick la fiesta está que arde. 

Urchick viste jeans y una camiseta de los Pittsburgh Steelers con una insignia de «La magia de Rotary». En uno de sus hombros lleva una «Terrible Towel», la emblemática toalla amarilla que los seguidores del equipo de fútbol americano ondean para animar a su equipo. De cuando en cuando, gritos de júbilo o lamentos salpican las conversaciones de los presentes.

Este partido eliminatorio entre los Steelers y los Buffalo Bills ya fue aplazado una vez debido a las peligrosas condiciones meteorológicas invernales que azotan Estados Unidos. Un grupo de rotarios que visitaba la sede de Rotary hubo de permanecer en Evanston debido al retraso de su vuelo y Urchick los invitó a ver el partido con ella. Urchick, presidenta de Rotary International 2024-2025, acaba de regresar de la Asamblea Internacional celebrada en Orlando, Florida. Ella saca unos pierogis, una especie de empanadilla polaca, de su congelador y prepara bebidas de todo tipo para sus invitados inesperados.

Decir que Urchick es una gran aficionada a los deportes es quedarse corto. En su casa en Canonsburg, Pensilvania, localidad situada a unos 20 minutos de Pittsburgh, el sótano está repleto de artículos relacionados con los equipos de Pittsburgh: cajas de cereales de la década de 1990 con imágenes del gran Roberto Clemente y de los Pittsburgh Penguins, equipo de hockey sobre hielo ganador de la Copa Stanley; fotos de ella con leyendas del deporte de Pittsburgh, como el corredor de los Steelers Rocky Bleier, junto a una camiseta enmarcada de Bleier; una alcancía de los Steelers; discos de hockey de los Penguins; un balón firmado; una colección de entradas; una colcha de los Steelers. Su adquisición más reciente es un muñeco del jugador de béisbol de los Pirates Richie Hebner, cuya foto Urchick colgó en su casillero de la escuela secundaria. Cerca, cuelgan sus dos uniformes favoritos: sus camisetas de Rotary y su ropa de seguidora de los equipos de Pittsburgh.

Urchick, gran aficionada a los Steelers, conoció al vicepresidente del equipo, Art Rooney Jr., cuando éste dio una charla en su club rotario.

Los Bills anotan tres touchdowns seguidos al arrancar el partido y consiguen llegar a mediados del segundo cuarto con un marcador de 21 a 0. Urchick se aleja del grupo reunido frente al televisor para consultar su teléfono y la comida que se está calentando en el horno. 

Su pasión por el deporte va mucho más allá de la de un aficionado normal. Un verano, ayudó a los ojeadores de la Liga Canadiense de Fútbol a realizar análisis de carácter, asistiendo a los campos de entrenamiento de la Liga Nacional de Fútbol Americano (NFL por sus siglas en inglés) para observar a los jugadores que pudieran ser descartados y que encajarían bien en esa liga. (Ella recuerda que el entrenador de los Baltimore Ravens, John Harbaugh, se le acercó y le dijo: «¡Nunca había trabajado con una mujer!». «Bueno», respondió ella, «no muerdo».) También participó en un campamento de entrenamiento para mujeres organizado por los Steelers y dirigido por antiguas jugadoras; su experiencia se vio truncada cuando se rompió el tendón de Aquiles haciendo ejercicio. No le importó. «Fue un verano muy divertido», recuerda. 

Conoció a Art Rooney Jr., vicepresidente de los Steelers, cuando este habló ante los socios de su club rotario. Después, ella le entregó unos bombones de Sarris Candies, una conocida confitería fundada en Canonsburg. Es una tradición que ella sigue manteniendo varias veces al año, ya que a ambos les une su amor por el fútbol americano.

Ese tipo de conexión también se siente en la fiesta de esta noche. René Laws, fanática de los Steelers y gobernadora 2023-2424 del Distrito 7610 (Virginia), viste su camiseta con el número 90 de TJ Watt para la ocasión. Las dos se conocieron cuando coincidieron en un seminario de capacitación para presidentes electos de club y descubrieron su mutua afición por los Steelers. «Desde entonces, nos veíamos en eventos y siempre teníamos cosas de las que hablar: fútbol americano y Rotary», afirma Laws. Los Steelers anotan al principio del último cuarto y están a un touchdown de empatar el partido. Las dos se ríen mientras, junto con los árbitros, señalan un primera y diez para los Steelers.

La vida no podría ser mejor, a menos que los Steelers estuviesen ganando el partido, lo que desgraciadamente no es el caso. Al menos no esta noche. Los Bills anotan otro touchdown a falta de 6 minutos y 27 segundos de juego. Sus aficionados lo celebran lanzando nieve al aire. Los Steelers pierden el partido 31 a 17 y así concluye su temporada. Pero para Urchick esto es solo el comienzo. Este año, Urchick dispondrá de la oportunidad de encabezar un equipo ganador: El equipo de Rotary. 


Unas semanas más tarde, Urchick se reúne con su familia en el oeste de Pensilvania para celebrar el cumpleaños de su primo, Michael Hatalowich. Los dos crecieron como hermanos, siempre en las casas del otro, y todavía siguen tomándose el pelo. En la cocina hay pizza y alitas de pollo, ensalada de pasta, fruta, galletas saladas y salsas, mientras las noticias suenan de fondo en la televisión del salón. Pero antes de comer, la docena de personas reunidas, primos y sus cónyuges, hijos y nietos, cantan «Cumpleaños feliz», primero en inglés y luego en eslavo, armonizando con «Mnohaja Lita», una canción tradicional de cumpleaños de los Rusyn de los Cárpatos, cuyo título significa «muchos años». Urchick une al coro su voz clara y fuerte. 

La música ha sido uno de los hilos conductores de su vida. Su padre tocaba el acordeón y dirigió una banda de polka, los Harmoneers, durante más de 35 años. «Aprendí la polca antes de aprender a caminar», dice. Urchick fue vocalista de la banda de su padre y, cuando está en la ciudad, canta con el coro de la iglesia ortodoxa oriental que dirige otro de sus primos. «¿Sabes cómo algunas familias se reúnen para jugar a las cartas?», pregunta. «Mi padre era músico. Mi abuela, mis tías, todas eran cantantes. Así que cuando nos reunimos, cantamos». 

Urchick creció aquí, en el oeste de Pensilvania, cerca de la frontera con Virginia Occidental, una zona rural repleta de bosques y granjas en las estribaciones de los montes Apalaches. Tanto sus abuelos maternos como paternos se trasladaron aquí desde Europa del Este (Polonia, Eslovaquia y Ucrania) para ocupar los puestos de trabajo que ofrecían las minas de carbón y las acerías de la región. Cuando llegó a los Estados Unidos, su madre solo sabía una frase: «Dame patatas». 

Para Urchick, su cultura y su familia siguen siendo importantes. Si pasas un rato con ella, es probable que te cuente historias sobre sus visitas a parientes lejanos en Europa del Este y sobre una tradición familiar, que tiene que ver con un malentendido en torno a las remolachas y los poderes de un santo patrón. Se reúne frecuentemente con Hatalowich y sus otros primos maternos, que viven cerca, y una vez al año con sus primos paternos. 

El oeste de Pensilvania forma parte de lo que antaño se conocía como el Cinturón del Acero por sus acerías y minas de carbón, aunque ahora se llama el Cinturón del Óxido tras el declive de esas industrias en las décadas de 1970 y 1980. La población de Monessen, ciudad en la que Urchick pasó su infancia, alcanzó un máximo de alrededor de 20 000 habitantes en la década de 1930, pero en 2022 había descendido a menos de 7000 personas. Las tiendas de la calle principal están vacías y solo queda una tienda de comestibles en la ciudad. El cementerio del Santo Nombre, el camposanto eslovaco donde están enterrados los abuelos paternos de Urchick, está medio vacío, y sus prístinos prados son un indicador del número de tumbas que se preveía en un principio. «Nunca lo llenarán», explica Urchick, «porque mucha gente se fue de la ciudad». 

Urchick e Incardona se relajan en S&D Polish Deli, en Pittsburgh. La familia de Urchick emigró a la zona desde Europa del Este.

De niña, Urchick devoraba las novelas de misterio de Nancy Drew y soñaba con ser espía. «Vivía en un pequeño rincón de Pensilvania y nunca había ido a ninguna parte», señala. «Quería ver el mundo». Cuando fue a la universidad, canalizó ese deseo cursando estudios sobre relaciones internacionales, con especialización en historia, ciencias políticas e idiomas. Estudió ruso, polaco, serbio e italiano, además del francés que había aprendido en la escuela secundaria. Al acercarse el momento en que concluiría sus estudios, se postuló para trabajar para el FBI, la CIA y otras agencias de inteligencia de Estados Unidos. Pero surgió un obstáculo: Sus cuatro abuelos eran de Europa del Este. «La verificación de antecedentes de la mayoría de las personas lleva unos tres o cuatro meses», recuerda. «Bueno, aparentemente, para verificar los míos se necesitó un año y medio».

Cuando el FBI se comunicó con ella para ofrecerle un empleo, Urchick ya había comenzado una nueva carrera como administradora en el campo de la educación superior. Descubrió que le encantaba. Rechazó el que había sido el trabajo de sus sueños (aunque bromea diciendo que su labor en Rotary no es más que una elaborada tapadera para sus actividades clandestinas) y obtuvo un máster en educación y un doctorado en estudios sobre el liderazgo. Su sueño de disfrutar de una carrera internacional había quedado en papel mojado, hasta que llegó Rotary. 

En la cena de la fiesta de cumpleaños, Jeremy Layne, sobrino de Urchick, reflexiona sobre su tía. Layne, quien ahora tiene 38 años, no conoció a Urchick hasta la adolescencia, y recuerda el impacto que ese momento tuvo en su vida. Ella le animó a esforzarse por alcanzar sus metas y a negarse a aceptar el «no» como respuesta. «Ella significa todo para mí desde el día que la conocí en la casa de mi Baba [abuela]», dice. «Su vitalidad, su energía, la chispa que desprende es simplemente embriagadora. Es una mujer increíble. Me siento muy agradecido de que forme parte de mi vida».

«Es muy auténtica y genuina», señala Rebecca Bazzar, hija de Hatalowich. «Puede encajar en cualquier lugar, en una habitación llena de diplomáticos o en una habitación llena de pueblerinos. Todo el mundo la quiere y lo pasará bien allá donde vaya». Bazzar se inclina y, con tono cómplice, susurra: «No conocerás a nadie más divertido que ella».

La docena de personas reunidas brindan «¡Na zdrowie!» y, a continuación, Urchick inicia el largo proceso de despedirse abrazando a todos los presentes. Hablan de su próximo viaje y los miembros de su familia le desean que no corra peligro. Mientras salen, ella y su primo Peter Merella, el director del coro, se despiden «a su manera», en polaco. «Do widzenia», que traducido significa algo así como: «Hasta que nos volvamos a ver».

Urchick asesora a Kate Matz (centro), del Club Rotario de Pittsburgh. Matz y su hija, Mason, se unen a Urchick en Sarris Candies.

A la mañana siguiente, al entrar en una sala lateral de un restaurante de Canonsburg, Urchick es recibida con vítores y aplausos por las dos docenas de socios de Rotary. Pero no es solo Urchick quien es vitoreada al entrar. Este es el saludo que reciben todos los socios cuando llegan a una reunión del Club Rotario de McMurray, el club de Urchick. 

La tradición comenzó hace unos años cuando alguien llegó tarde a la reunión. Todo el mundo aplaudió, y acabó por convertirse en una tradición. Ahora, no importa cuándo lleguen a la reunión, todos los socios son recibidos como si fueran el presidente de una organización internacional. «¿Cómo no sentirse bien?», exclama Urchick. 

Abraza a William Kern, el presidente del club, y comienza la reunión. Es la hora del desayuno y el olor a tostadas impregna el ambiente. La mesa es un revoltijo de jarras y tazas de café, tazas de leche y vasos de agua. Empiezan a llegar los platos clásicos: tostadas francesas, bagels, patatas fritas y copos de avena. A Urchick no le gusta mucho desayunar y prefiere el café descafeinado. 

Durante años, el club se había estancado en torno a los 35 socios, afirma Urchick. Pero utilizó el Plan de Acción de Rotary para someterse a examen con nuevos ojos. Los líderes del club preguntaron a todos los socios sobre el funcionamiento del club, por ejemplo, el día, la hora y el lugar de las reuniones, así como los proyectos del club. Una vez recabada esa información, determinaron que reunirse a una hora diferente del día sería más conveniente para un mayor número de personas y pasaron de reunirse a la hora del almuerzo a la hora del desayuno. «Inmediatamente, y quiero recalcar esto: literalmente al instante, dos personas nuevas ingresaron en el club», afirma Urchick. «Dijeron que los habían invitado antes, pero que nunca podrían haber asistido a las reuniones».

El club no se detuvo allí. Los socios hablaron con integrantes de otros grupos locales y encontraron personas interesadas en servir, pero no en asistir a las reuniones del club. Tras estudiar las distintas opciones, los líderes del club crearon un club satélite para que la gente pudiera hacer precisamente eso. El concepto atrajo a quince nuevos socios al club. «Pagan la cuota completa», afirma Urchick. «No les hacemos ningún descuento. Pero también sabemos que no asistirán a las reuniones semanales». En su lugar, celebran noches «PBR», en referencia no al conocido monograma de la cerveza estadounidense Pabst Blue Ribbon, sino a «pizza, cerveza [beer] y Rotary». 

El club de Urchick, el Club Rotario de McMurray, Pensilvania, empezó a reunirse para desayunar con el fin de captar nuevos socios.

La reunión de esta mañana es muy amena, llena de conversaciones animadas y carcajadas. Los vítores, el desayuno compartido, la camaradería forman parte del empeño del club de ser, tomando prestado el eslogan de Urchick, «simplemente irresistible». Ser irresistible «significa que la experiencia es tan atractiva, tan divertida, tan dinámica que la gente se siente atraída y no quiere irse», añade. «En el fondo de todo esto está el concepto de pertenencia: ¿Es este el tipo de grupo al que quiero pertenecer?»

Esa fue la pregunta que Urchick se hizo a sí misma en 1991, cuando un conocido entró en su oficina de la Universidad de Pensilvania en la localidad de California y le preguntó si le gustaría ir a una reunión de un club rotario. Urchick no sabía mucho sobre Rotary, pero hacía poco que se había divorciado y buscaba la manera de conocer gente nueva. Y cuando la mujer mencionó la internacionalidad de Rotary, algo se iluminó.

Cuando acudió a su primera reunión del Club Rotario de California, localidad situada al sur de Pittsburgh, conoció a Chuck Keller, socio del club y presidente de RI 1987-1988. «Él se presentó y pronto nos hicimos amigos», comenta. «Había encontrado un padrino en Rotary. Fue increíble». Urchick se puso manos a la obra, acogiendo a miembros de equipos de Intercambio de Grupos de Estudio y colaborando con los estudiantes del Intercambio de Jóvenes del club. Organizó un picnic con una carrera de sacos de tres patas. «Oh, Dios mío», recuerda con su acento de Pittsburgh, «fue divertidísimo».

Urchick se sintió especialmente atraída por la labor de La Fundación Rotaria, convirtiéndose primero en presidenta de la Fundación de su club y luego de su distrito. Más tarde, en el ámbito zonal, prestó servicio como coordinadora regional de La Fundación Rotaria, enfocando su labor en las actividades para la captación de fondos. Trabajó con Lou Piconi, otro rotario del área de Pittsburgh que había prestado servicio a Rotary en el ámbito internacional en calidad de director y fiduciario, para formar lo que denominaron «equipos para la captación de donantes mayores potenciales», grupos de cinco a siete personas que se dedicaban a la captación de fondos para La Fundación Rotaria. «Lou, su esposa Barbara y yo nos subíamos a su gran Cadillac rojo», dice, y viajábamos por la región. «Nos lo pasamos muy bien».

Sus actividades para la Fundación lograron que más personas la conocieran y dieron lugar a una llamada telefónica a las 5 de la mañana de un día del año 2012. Su nombre había sido propuesto para reemplazar a Anne Matthews como fiduciaria de la Fundación Rotaria. (Matthews había dejado vacante su puesto al pasar a formar parte de la Directiva de Rotary International). Más tarde, Urchick se convirtió en directora y presidió el Comité de Planificación Estratégica de la organización, papel que resultó fundamental para dar forma a su pensamiento sobre cómo encaminar a Rotary hacia un futuro próspero.

Dada la formación de Urchick en relaciones internacionales, no es de extrañar que su interés por la paz sea otra de sus prioridades como presidenta. Ella alienta a los socios a poner en práctica La Prueba Cuádruple, a invertir en una cultura de club positiva y a colaborar con los Centros de Rotary pro Paz para difundir el mensaje del compromiso de Rotary con la paz. «No vamos a conseguir un Premio Nobel de la Paz por detener una guerra», señala Urchick, «pero podemos utilizar lo que tenemos en Rotary para hacer del mundo un lugar mejor».

Urchick trabaja con el Presidente del Club McMurray, William Kern, en la búsqueda de un lugar para instalar un poste de la paz en la comunidad.

Uno de los pilares del impulso por la paz de Urchick es, literalmente un pilar. Esa tarde, después de la reunión del club, se une a los socios del Club Rotario de White Oak, otro club del área metropolitana de Pittsburgh. Se han reunido en un campo cubierto de hierba situado junto a la piscina comunitaria de White Oak y cerca de un monumento que conmemora el lugar donde George Washington acampó durante la Guerra Franco-India. 

Dan Dougherty, gobernador del Distrito 7305 2024-2025 y socio del club de White Oak, sostiene un poste blanco de 2,5 metros. Lleva inscritas las palabras «Que la paz prevalezca en la Tierra» en ocho idiomas que se hablan en la comunidad: inglés, irlandés, italiano, polaco, alemán, croata, español y vietnamita. La frase también aparece en Braille, y hay una pegatina con la bandera del arcoíris y otra de Veteranos por la Paz. Urchick se acerca e inmediatamente saca su teléfono, escanea el código QR situado al lado del poste de la paz que conduce a un sitio web con más información. 

Ella alienta a los clubes a colocar estos postes como señales visibles de su compromiso con la paz, ya sea en los hogares de los socios, en sus clubes, en sus comunidades o en todo el mundo. Autumn, esposa de Dougherty y también socia del club de White Oak, se ha propuesto conseguir que todos los clubes de su distrito erijan un poste de la paz el próximo año. 

Cuando llega el último socio del club de White Oak, todos se agrupan en torno a Urchick como los jugadores se apiñan alrededor de su entrenador durante un tiempo muerto decisivo. «El proyecto del poste de la paz es uno de mis favoritos porque ofrece una representación visual», les dice. «Dirá a todos los habitantes de White Oak que visiten este parque que su club está dedicado a la consolidación de la paz. Rotary es sinónimo de la construcción de la paz».

Para concluir la ceremonia, Urchick invita a los socios a tocar el poste. Todos se unen, como parte del mismo equipo: el equipo de Rotary. Urchick sonríe. Que empiece el partido.

Este artículo apareció originalmente en el número de julio de 2024 de la revista Rotary.

Stephanie Urchick